Tengo pocos más de 40 y nunca antes había reflexionado sobre mi relación personal con el sector textil, la consciente y sobre todo la inconsciente. Nací y me crie en la “Manchester catalana” y ahora vivo y trabajo en la “Ciudad del humo”, según Villatoro. De camino a la escuela podía oír el rumor de la maquinaria al pasar por determinadas calles de la ciudad. Tal vez eran telares o calandras o tundidoras o hiladoras. Al pasar los años cada vez se escuchaban menos, o puede que yo no prestase suficiente atención. Por su parte, las secuelas del Ramo del Agua se podían percibir cerca de mi casa, en el cauce del río que se adornaba, de tanto en tanto, de coloridas espumas. Poco a poco el agua fue discurriendo más limpia. Estudié el bachillerato en un instituto con nombre de empresario, filántropo, inventor y presidente de banco. Tan famoso fue que le llegó el reconocimiento en la Manchester auténtica, aunque en mi adolescencia nunca aprecié la importancia del estirado en la hilatura del algodón. En los 90 mi madre ya no anudaba, mi abuelo no reparaba los cuadros eléctricos de los telares y mi tío solo podía sobrevivir con una modesta fábrica montada cuando los prestamos eran baratos y que las grandes empresas subcontrataban para los picos de producción.
Explicado así parece que la industria textil marcó mi juventud, uniendo con hilvanes lo que se había de coser después. Pero hasta este punto, no creo que mi relación con el sector fuera mayor o más intensa que la de cualquier vallesano de una edad parecida.
Sin embargo, voluntaria y conscientemente, ahora trabajo en la única escuela que mantiene el grado universitario que habilita para la profesión de Ingenier@ Técnico Textil, formo parte de un instituto de investigación textil y soy vocal de la junta directiva de una asociación que aúna a técnicos y a empresas, a químicos y a textiles. Gracias a esto he tenido el honor de conocer a empresarios, a técnicos a estudiantes y a presidentes de patronales que expresan su devoción por este sector productivo. Y yo mismo estoy profundamente orgulloso de trabajar en ello porque esta industria ya no es la del ruido, los turnos largos, los sueldos bajos, la ropa de usar y tirar y los grandes residuos. Es una industria que, a pesar de no cuidarla, es motor de innovación, ejemplo de adaptación a los nuevos tiempos y tecnologías y a la que debemos un respeto, no por su pasado sino por el presente y el futuro de las personas que trabajan en ella. Que nada, ni siquiera un virus, nos impulse a abandonar.
Jorge Macanás
Vocal de la AEQCT
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