Este discurso tremebundo es el que, en breve, estaremos dando si no damos un giro como sociedad. Se puede expresar poéticamente: es necesario reducir la velocidad, salir de la vorágine consumista, ir más despacio y disfrutar un poco más del paisaje que nos rodea. Y si el trayecto no es de nuestro agrado, si al percibirlo a otra velocidad lo vemos nítidamente desagradable, entonces debemos cambiar la ruta y esperar a que el futuro nos lleve por mejores derroteros.
Como alternativa a la poesía, también podemos ser más claros. Todos los actores del sector textil conocemos desde hace tiempo la palabra sostenibilidad. El concepto también ha llegado a los jóvenes y forma parte del mainstream, aunque solo sea para fomentar el green-washing. Abundando en los conceptos trendy, parece que fue ayer cuando escuchamos el concepto “desarrollo sostenible” y, posiblemente al oírlo por primera vez, pensamos en lo aparentemente contradictorio del término. Todavía hoy, en según qué ámbitos, defender las virtudes de la sostenibilidad suena a cuento de hadas, a flower-power y al ideal inalcanzable de un mundo mejor (y hippie). Y si dejamos de lado las frivolidades y lo tratamos con mayor seriedad, también de manera muy frecuente nos encontramos con la recurrente cantinela: la sostenibilidad es muy bonita, pero es cara, ¿esto quien lo acaba pagando?
Bien, pues yo creo que ha llegado el momento de dejar a un lado el concepto de sostenibilidad en el sector textil y, por extensión, en todo el sector industrial productivo. Supongo que suena extraño y provocador. En general no está de moda afirmar que no debemos luchar por defender la sostenibilidad, a excepción de los negacionistas recalcitrantes que infravaloran las consecuencias del cambio climático y minimizan la importancia de las desigualdades sociales, no solamente económicas.
No, quien escribe no se ha vuelto loco ni se le ha frito el cerebro en una de las incontables olas de calor de la primavera-verano de 2022. Lo que sucede es que hay que dar la vuelta a los argumentos y tomar una perspectiva diferente que, por descarnada, evidencie la realidad de forma más palpable. Paradójicamente, si queremos que la sostenibilidad sea una realidad tenemos que pensar en la alternativa: debemos luchar contra la insostenibilidad manifiesta de algunas situaciones actuales. Sí, es un juego de palabras, pero tiene más enjundia de lo que parece, veamos unos ejemplos.
El modelo actual de moda ultra rápida es insostenible.
Esto es un secreto a voces, algo que todo el mundo sabe pero que, de todas formas, acaba imponiéndose. Si queremos superarlo debemos procurar que las producciones no pasen a ser casi inmediatamente un residuo y que los artículos den un servicio más allá de lo anecdótico. Y cuando inevitablemente las prendas se conviertan en un artículo descartable, tienen que poderse transformar fácilmente en materias primas renovadas. Afortunadamente contamos con herramientas como el ecodiseño que es la clave para potenciar la reciclabilidad y lograr la supervivencia de los materiales.
El modelo productivo deslocalizado es insostenible.
Otra verdad palmaria. Debemos buscar alternativas a la producción deslocalizada que hace un uso intensivo del transporte transoceánico. De hecho, también deberíamos luchar contra los eufemismos: el problema no es que la producción esté deslocalizada, sinó que está “muy localizada” en una zona del planeta que está muy lejos de muchos usuarios, especialmente de los europeos. Y tenemos que ser conscientes de cuáles son los motivos reales en términos sociales y económicos por los que la producción se concentra ahí. Y la concentración tiene otras consecuencias: por un lado se potencia el transporte ineficiente e innecesario de materias primas, productos semiacabados y productos finales y por el otro la falta de actividad productiva reduce la posibilidad de encontrar empleo en otras regiones. Curiosamente, el inicio de la primera revolución industrial europea está vinculado ineludiblemente al desarrollo de la industria textil y esta industria fue un pilar económico europeo durante más de cien años. Debemos luchar para que lo vuelva a ser otros cien.
Algunos medios de producción son insostenibles.
Hemos mejorado, pero no de forma generalizada. De la misma forma que se han descartado técnicas artesanales por ineficientes desde el punto de vista del volumen de producción, ahora deberíamos cambiar los procesos devoradores de agua y energía y substituirlos por aquellos que minimicen el consumo de estos recursos y que, además, no contaminen. Afortunadamente, la investigación de las últimas décadas nos ha aportado algunas buenas alternativas que tal vez no se han implementado y extendido hasta ahora por su inviabilidad económica.
La versión actual del estado del bienestar es insostenible.
Y aquí ya estoy pinchando en hueso porque esta afirmación es atrevida, pero realmente no es descabellado considerar que este sistema de redistribución solo puede funcionar bien si la implicación social es alta, la recaudación es justa y la corrupción mínima. No se puede apretar con impuestos indefinidamente al entramado empresarial que genera los puestos de trabajo, pero tampoco se deben permitir las exenciones fiscales y las estratagemas contables para evitar la contribución. Y los que reciben deben ser conscientes del esfuerzo colectivo y no abusar de la solidaridad acumulando ayudas, subsidios y prebendas que, desgraciadamente, no llegan a todas las personas que las necesitan en la medida adecuada. Debe haber una política real que implemente una redistribución mejorada o de lo contrario se producirán desajustes irremediables al medio plazo.
La política energética actual es insostenible.
Y de esto tenemos pruebas fehacientes en los últimos tiempos. Hace tan solo un año la editorial de esta newsletter hacía referencia a la posibilidad de reducir impuestos en la factura eléctrica y reconocía el esfuerzo del gobierno que la proponía. La situación parecía insostenible. ¿Qué hubiéramos dicho entonces de conocer el precio actual de electricidad, gas y gasolina? No insisto, solo les pido que recuperen el primer debate del último simposium de la AEQCT en el que saltaban chispas…
La tolerancia de la especulación es insostenible.
El mercado de materias primas está cada día más tensionado y no se puede comprar lo que más se necesita ya sea por escasez o por especulación, ya sean chips, ordenadores o colorantes. Contra esto es muy difícil luchar, pero se puede contribuir desde otras posiciones: como consumidores no podemos continuar en la espiral de usar-tirar-comprar, como productores no podemos malbaratar ni los recursos materiales ni los energéticos ni los personales.
La situación de las plantillas es insostenible.
Desde hace una década resulta arduo contratar personal cualificado en el sector textil. La dificultad inicial de encontrar ingenieros/as se ha extendido a todos los ámbitos y niveles profesionales. Es posible que en breve las personas especialistas cambien de empresa motivadas por ofertas tentadoras generando vacantes sucesivas y transformando los departamentos de recursos humanos en metafóricas casas de subastas. La formación básica, superior y especialmente la formación continua son clave para corregir esta situación.
Si no queremos caer por ser insostenibles tenemos que dar un giro: no debemos dejar de producir, sino que debemos hacerlo mejor. Y ese mejor no es simplemente “más barato”, es “un mejor” más consciente, más ecológico, más igualitario, más solidario, más antropométricamente diverso y más edificante.
Y para aquellas personas a las que el verbo luchar les resuelte incómodo, especialmente cuando tenemos conflictos armados en curso, piensen que luchar también significa “trabajar con mucho esfuerzo para vencer un obstáculo y conseguir un fin”.
Vamos allá, luchemos.
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